Oda a la magia lenta

“Oda a la magia lenta” es una canción del mester de juglaría escrita por aquellas juglares que vivieron la batalla por la supervivencia de la magia.

Esta noche os vengo contar el cuento de cómo con su último aliento la magia, como hoy la conocemos, estuvo cerca de quedar en tan solo un recuerdo.

¡Abrid los ojos! ¡Estad atentos!

Pues todo lo que cuento es cierto, y como cada uno de nuestros cuentos ha de transmitirse a nuestros hijos y nietos, para que recordemos, que no se olvide, que estuvimos en un aprieto, que nos infectamos de codicias, urgencias y anhelos, y aunque aquella vez nos libramos, ¡que sepáis que fue por los pelos! ¡No os fiéis, vigilad vuestros pasos! Ya que es bien fácil tropezar de nuevo.

¡Escuchad os digo! ¡Limpiad bien vuestras orejas!

Que no hay cuento sin moraleja, que no hay relato que no entretenga ni enseñanza que quede obsoleta, pues esta historia no es ninguna leyenda, mas sí el origen de las fiestas que esta noche se celebran.
Las juglares de hoy en día cantamos cuentos de una era pasada, que fue el colapso de hechiceros, brujas y magas, el síncope de lo mágico, el desvanecer de la magia, una época frenética de consumo intenso, momentos esporádicos, conjuros sin gracia. Cantamos canciones de una era de prisas, de tiempos rápidos y promesas finitas, de pausas breves y paradas prohibidas. Cantamos lamentos de gentes voraces de mágicos inventos, de cómo convirtieron en tierras baldías los bosques de hadas, talando esperanzas a cambio de nada.

¿Y qué pasó en aquellos años? Nos preguntáis, jarra en mano, entre el júbilo y el llanto, y las juglares contestamos continuando con nuestros cantos.

Si bien se han contado bulos y mitos, el terror se remonta a un cónclave de eruditos que idearon la manera de cambiar lo escrito y conectar la magia como nunca antes se había visto. Erigieron por doquier una red de monolitos que permitió a la magia llegar a todos los sitios: dunas, montes, cuevas, ríos. A todas las casas y hasta el infinito.

¡Qué gran idea! Pensaron algunos ilusos, sin ver dónde estaba el truco, sin ver cómo esas columnas que mataban hasta el musgo irrumpían el medio y quebraban refugios. Piedras encantadas que rompían paisajes, que se erigían imponentes en mitad del follaje, que emanaban un aura de muerte y de sangre, que se levantaban quietas e imperturbables. Rígidas, negras, tumbas de piedra aplastando cedros, abetos y hiedras, marchitando flores, ahuyentando a las bestias, conquistando el terreno y tragándose su tierra.

Y los habitantes de aquellos lares miraban impertérritos aquel desastre, aquel estrépito, pues pronto se vieron levitando en sus granjas, hablando a través de espejos, viajando más rápido y llegando más lejos, chasqueando a golpe de sortilegio, la vida más fácil, el dolor más ajeno. Al alcance de todos, el futuro era aquello. Lo que antes se había restringido a unos pocos elegidos se había propagado como el cantar de los grillos. Y pensaréis, ¡qué maravilla! ¡una magia justa! Pero no os engañéis, pues la realidad era obtusa y pronto se tornó en pesadilla. Así que permaneced en vuestras sillas, que el relato continúa.

La magia llegó a las palmas de todas las manos, mas pagando un precio desorbitado. Se llenaron ferias y mercadillos de sortilegios prefabricados, algunos cutres, otros baratos, otros a precio de oro para los privilegiados, para los bolsillos de las familias con muchos apellidos, con tierras y buenos tratos, con imponentes castillos de muros gruesos y techos altos. Una producción de conjuros embotellados, el fluir de la magia como un río desbocado, invadiendo las casas, poseyendo objetos inanimados que cobraban vida y quitaban trabajo.

Y para cocinar pócimas y brebajes y conseguir material para estos rituales se dio caza a pobres animales, a bestias inocentes que vivían salvajes. Murió hasta el último fénix al que robaron las plumas y los lagartos se escondieron en el fondo de las lagunas para evitar que sus pieles, color aceituna, acabaran en los calderos de las industrias. En aquellas fábricas se producían en masa pociones para reyes y reinas y señores y damas, que querían ser bellos, que querían ser jóvenes como los elfos de las antiguas canciones. La luna lloraba al ver crecer las mareas sin darle tiempo a mostrarse plena, viendo cómo morían todas las sirenas y se convertían en alimento de las últimas ballenas. Los ríos se secaban y los faunos lloraban, huyendo entre troncos talados, entre pájaros que gritaban desamparados.

Los monolitos chupaban sin censura elevando sin sosiego las temperaturas, cubriéndolo todo con su aura negra y su negra bruma, quemando vida, desencadenando hambrunas, conduciendo la tierra hasta la locura, provocando que el aire se volviera incendio y los helados páramos se fueran consumiendo, y los montes rugieran y temblaran sus cimientos, y los mares se llenaran de peces muertos que cubrían las costas de aquellos ineptos que construían sus propios féretros con las entrañas de sus ancestros.

Y en lugar de arreglar lo que estaba roto, lo echaban a los mares e invocaban otro, conjuraban un verso y ya tenían un repuesto antes de volverse locos. Se encontraron malditos de una necesidad incesante por tener que aprovechar cada instante, por tenerlo todo desde antes, arrollando a quien estuviera por delante. Individuos egoístas, espíritus andantes, almas podridas, narcisistas pedantes.

Querían y querían y pedían sin remedio: la casa limpia sin mover ni un dedo, la comida servida en un parpadeo, un cayado de roble ¡lo quiero!, las gotas de lluvia que caigan en mi huerto, las horas del día repletas de ajetreo, mueve que te mueve, no pierdas el tiempo, hay que trabajar, luchar por los sueños, tener de más quitando a quien tiene de menos. Si la magia escasea, que se compre con dinero. ¡Deprisa, deprisa, deprisa! ¡Más magia de donde salga! Como si hay que pagarla. Demuestra que eres la mejor, la mejor de todas las magas. Llega antes, no descanses, no pares ni a beber agua. ¡Y todos miraban hacia otro lado mientras sorbían magia por los cuatro costados! ¡Solo importaba ser un gran mago! Dar un chasquido y lavar los platos, beber pociones para andar sobre charcos, tocar el laúd, la flauta y el piano con un virtuosismo desmesurado, pintar sin pincel mil autorretratos, recitar versos y obrar milagros. Ser más poderosa, parecer más guapo.

No comprendían que la magia tenía un ciclo, que necesitaba del tiempo, que quería que sus hijas la amamantaran lento, que de succionarla con ahínco se secaban sus adentros. Un manantial herido, henchido de rabia, que no daba abasto para madurar sus frutas, para reponer su savia, para sostener el ritmo de sus gaitas que sin aire se asfixiaban, que perdía la cordura, que perdía las ganas. Un manantial que mantenía como podía sus entrañas, mientras las gentes las comían y rebañaban, mientras veía cómo se vaciaba y se decía que no, que no llegaba, sobreviviendo a duras penas en un mar de pirañas que estos se bebían y bebían y tragaban.

¿Nadie va a decir nada? ¿Nadie va a parar esto? Preguntó un día el pueblo, las aldeas humildes que sobrevivían al invierno con las sobras que les llegaban de las ricas ciudades del reino. Veían desde abajo cómo les llegaban tan solo los gajos que les lanzaban entre carcajadas y escupitajos, pues sin monedas de oro jamás tendrían ni hechizos ni encantos. Escribieron cartas y pidieron acuerdos, hablaron con paz y buscaron consuelo, se organizaron y propusieron remedios, exigieron un cambio y a cambio, les trataron de necios. Sus palabras no interesaban, no los tomaban en serio, los tachaban de incultos pese a su trabajo y esmero. Tardaron en comprender que lo que no entraba con plegarias, entraba con fuego.

Comenzaron las brujas, las madres, las sabias, a hacerse eco de la inminente desgracia ¡que la magia se muere por vuestras ansias! las brujas chillaban. Y escoba en mano, melena al viento, ponzoña en vena, gritaron hasta quedarse sin voz, hasta romperse las cuerdas, para acabar de una vez con aquella condena, para evitar que la magia muriera de pena. Un valiente aquelarre perseguido por cobardes que sentían tambalear sus castillos de naipes y que lloraban que si el poder no era suyo, no sería de nadie.

Los eruditos se resistieron haciendo llamar a mediocres hechiceros, que temían que su oficio, de charlatanes y fabricantes de sueños, se esfumara como el humo que vendían a los que acudían a ellos. Tenían un miedo propio de farsantes que comen con guantes, miedo que escondían bajo sus capas de verborrea incesante mientras hacían campaña contra las desafiantes que clamaban una justicia que hacía tambalearse los cimientos de sus tronos de terciopelo y ante.

Las brujas hicieron uso de la magia primitiva, de la magia a fuego lento, y lucharon unidas cuerpo con cuerpo y a su lucha se unieron más almas perdidas que encontraron camino en aquellas valquirias. Las siguieron las druidas, que ante tal derroche habían permanecido escondidas, tallando tótems que devolvieran a la vida los senderos muertos por aquellas torres malditas que rompían un suelo agrietado de heridas. Continuaron las guerreras de espada y armadura, dispuestas a destruir esas torres oscuras que habían subyugado a la tierra a una tortura, que desrraizaban la magia sin mesura, que retorcían los vientos desde las alturas. Resquebrajaron la piedra en incontables fisuras, golpeando los obeliscos, cubriéndolos de hendiduras, convirtiendo en chinarros hasta las rocas más duras.

Salieron de los bosques y tomaron las calles, sostuvieron antorchas inundando ciudades, invocaron a criaturas ancestrales que acudieron a su llamada dispuestas a ayudarles, como los fantasmas de los niños muertos de hambre y los dragones furiosos sedientos de la sangre de los que estaban acabando con su mundo, sus casas, sus valles.

Los conjuros volaron en mil y una peleas donde las brujas, volando sobre sus cabezas en un festival de luces que con destreza hacían estallar con llamaradas certeras, dejaron a los hechiceros maldiciendo y suplicando clemencia.

El asalto cesó antes de lo esperado, enterrado y sometido por los pueblos que unidos se alzaron a romper el orden, las coronas, el sistema establecido. Y así los monolitos cayeron, y con ellos los eruditos que devolvieron a las gentes su sitio y así pudieron los pueblos debatir lo escrito, escribir lo nuevo, utilizar lo esencial y lo estricto, vivir en paz sin someter a un sacrificio el poder de una magia que gritaba auxilio. Cayeron los reyes y reinas, sucumbidos ante aquellas meigas, y los pueblos se transformaron en las arterias del nuevo reino donde la magia se consumiría lento, donde la salud y el descubrimiento serían el eje del nuevo progreso. Cayeron los castillos y las fortalezas, las fraguas se colmaron para fundir las monedas, se reconstruyeron caminos y veredas, se repoblaron las arboledas y volvieron a inundarse de vida las selvas.

Los fénix renacieron de sus cenizas y volvieron a un lugar que se construía sin prisa, que cautivó a escritores, músicos y artistas, y que enamoró a los más pesimistas que recobraron la esperanza, el ánimo y las risas. Los lagartos volvieron a lucir sus escamas sin miedo a que nadie se las arrancara. Las sirenas volvieron a poblar las aguas, se evaporaron satisfechos los fantasmas aliviados por haber sanado sus almas, y los dragones volaron lejos a sus montañas pues tras la última guerra, ya no hicieron falta.

¿Y quién luchó más fuerte? ¿Quién fue la más poderosa? ¿Quién estaba al frente y salió victoriosa? Disculpad, querido público, no respondo a preguntas vanidosas que ensalzan a una figura por encima de las otras. No busquéis nombres ni pidáis insignias, no busquéis héroes ni heroínas, pues la lucha fue colectiva y la victoria compartida, la pelea nació del pueblo para encauzar sus vidas y no de supuestas valientes que buscaban ser reconocidas sin tener en cuenta el sacrificio de sus vecinas.

Con este espíritu se propusieron reconstruir lo que otros antaño rompieron, repoblando la magia, cosiéndola desde dentro, repartiéndose el oficio y uniendo sus esfuerzos. Y así el manantial volvió a su cauce, se hizo uno con los lagos, los bosques y los mares, usando la magia suficiente para cubrir todas las necesidades, para que las gentes vivieran felices sin sufrir calamidades, repartiendo bienes para todos y siendo todos tratados como iguales.

¡Y así lo cantamos hoy en día las juglares!

Si algo habéis aprendido, espero haberos servido. Mas dejadme que os diga, amigas y amigos, que si alguna vez se repite el ciclo recordéis nuestros versos y luchéis unidos. Convertíos en las brujas de nuestros cuentos, en las druidas de vuestros fueros, en las guerreras del pueblo y en las magas que hechizan lento. Que el futuro, no es de ellos. Que el futuro, es vuestro.

Y con estas palabras termino, querido público. Disfrutad del prójimo, de lo cercano y de lo absurdo, no os hagáis daño, quereos mucho, compartid vuestra magia y vuestros conjuros, vivid despacio y sin parar el mundo.