La Toponauta

Aquel lugar era un verdadero paraíso. Desde que llegaron a la Tierra, quince meses terrestres atrás, Jie Yazhu no había dejado de admirar las aguas cristalinas que bañaban la región en la que se encontraba, conocida como el Caribe. En Europo, su planeta natal, lo más parecido a aquello que había visto eran las playas artificiales de Kandaloo, donde pasaba las vacaciones de niña. Viajar a la Tierra, el planeta primigenio, era todo un privilegio con el que muy pocas personas podían contar. La Tierra era un planeta protegido, era la Madre del Universo, salvada de la destrucción humana gracias a la Expansión Espacial.

Y allí estaba ella, bañándose en una playa de aguas turquesas y arena suave, en el origen de todos los mundos, viendo cómo el Sol salía desde el horizonte mientras, a sus espaldas, se erguía el Centro de Investigación Interplanetaria de la Tierra, el CIIT.

Antes de partir de Europo, alguien le preguntó qué era lo que la había llevado a convertirse en Toponauta. Jie contestó que, como no podía ser de otra manera, la había llevado la corriente, sin pretender hacer ningún chiste.

Desde que terminó su Doctorado en Astrofísica, su carrera como investigadora la había conducido al estudio de los saltos interespaciales, descubiertos nueve años atrás por Makella, la Ingeniera en Cartografía Espacial que cartografió el primer Agujero de Gusano Interplanetario, también llamado AGI. Aquel descubrimiento suponía un antes y un después en la Expansión Espacial, ya que permitiría el descubrimiento y acceso a nuevos planetas sin necesidad de largos viajes. Solo se habían cartografiado cinco AGIs hasta la fecha, por lo que encontrar nuevas puertas a otros mundos pasó a ser una de las ramas de investigación más competitivas entre las universidades de la Galaxia.

Dicho suceso motivó a Jie Yazhu, que comenzó a entrenar para convertirse en Toponauta, una exploradora y viajera capacitada para atravesar las corrientes de los AGIs. Su primer y único viaje a través de un AGI hasta la fecha había consistido en un salto desde el planeta Ionio al planeta Arsac, el AGI Arsac-Makella. Fue todo un éxito. Ella y los otros dos miembros de la tripulación recorrieron una distancia de 5,3 millones de años luz en apenas treinta horas. Dicho viaje, además, permitió comprobar tres hipótesis fundamentales de los AGI: la primera, que se trataban de túneles de ida y vuelta, cuyas puertas de entrada y salida eran fijas, a pesar de que la duración y forma del conducto pudieran variar en cada viaje. La segunda, que las condiciones ambientales entre las puertas eran las mismas, por lo que dos planetas conectados por un AGI tendrían unas características similares, serían casi planetas gemelos. Y la tercera, que dadas dos puertas, era posible verificar si estas estaban conectadas. Gracias a estas tres características demostradas de los AGI, la exploración interplanetaria a través de estos era mucho más segura y factible.

Unos años más tarde, Jie Yazhu comunicó a Makella una teoría sobre la existencia de una posible entrada AGI. Los humanos habían vivido junto a ella desde el inicio de los tiempos, sin saber de la importancia que tendría en el futuro. Habían estado muy cerca de descubrirla en varias ocasiones, ya que no era una entrada especialmente discreta. La Tierra llevaba avisando de este fenómeno a través de lo que los humanos de entonces habían bautizado con distintos nombres, entre ellos, el Silbido de Rossby.

El origen de dicho silbido provenía de la corriente subacuática que producía la Ola Rossby. Pero, ¿cuál era el origen detrás del origen? ¿A qué se debía esa particular corriente que producía una ola silbante que recorría el Caribe en periodos exactos de ciento veinte días terrestres? Los humanos de la época determinaron que este misterioso suceso tenía una explicación física, y como todo en el Universo, se trataba de una onda. Una onda producida por la conservación de la vorticidad planetaria. Esa ola de el Caribe era la culpable de emitir tan característico sonido, y dicho silbido era y seguía siendo tan particular, que su eco se escuchaba desde el espacio.

Así fue cómo Jie Yazhu formuló la hipótesis desde su laboratorio, captando el eco del silbido oceánico. Y entonces, pensó, ¿y si ese tipo de fenómenos fuera un indicador de la presencia de un AGI?

A pesar de la magnitud del descubrimiento, Makella y el resto del equipo decidieron mantenerlo en secreto. Era información muy peligrosa, ya que un AGI en la Tierra significaría que al otro lado del agujero de gusano había un planeta con las mismas condiciones que el planeta primigenio: un planeta perfecto e idóneo para la vida humana. Un paraíso virgen con el que todos soñaban y que todavía nadie había sido capaz de descubrir, ya que no se había encontrado ningún planeta similar a la Tierra. Un lugar que albergaría las maravillas de la Madre Tierra, todavía virgen, sin explorar. Era una fruta demasiado jugosa.

Muy pocas investigaciones se centraban en la Tierra desde hacía años. Que fuera un planeta protegido, casi inhabitado, objeto único de investigación y prácticamente inaccesible por el alto precio a pagar por un permiso de residencia, hacía que muy pocos se interesaran en seguir estudiándolo. Eso y que para algunos había pasado de moda, era un planeta carente de novedades, mucho menos interesante en comparación a los nuevos mundos que todavía quedaban por descubrir.

Solo Jie Yazhu se interesó por la Tierra en mitad de aquella conquista. La puerta a otros mundos siempre había estado ahí, en casa, en el principio de todo. Y ahora era una de las pocas personas vivas de toda la Galaxia que podía decir que se había bañado en las aguas paradisíacas del Caribe tropical.

Aquellos quince meses previos a la primera inmersión cambiaron no solo el curso de la historia, sino también de la vida de Jie. Y el mayor punto de inflexión tenía nombre y apellidos: Tatiana Sebastián. Elle ideó el sistema para cruzar la corriente hasta la boca del túnel, una tecnología poco convencional pero en la que el grupo de investigación había depositado todas sus esperanzas. La diferencia del AGI Rossby-Yazhu con respecto al AGI Arsac-Makella, el que la Toponauta ya había atravesado, era que de este último conocían la entrada y la salida. Sin embargo, al no haber encontrado ninguna puerta conectada al AGI Rossby-Yazhu, la complejidad del viaje era mayor.
Las puertas a los túneles eran bastante estrechas y de difícil acceso. Aunque una vez dentro el espacio del túnel adquiría otras dimensiones, era imposible introducir una nave equipada. Por esto, el traje de Toponauta proveía de todo lo necesario para la travesía. Esto cuando se conocía el final del túnel, claro. Por esto debían explorarlo primero.

Y no querían mandar a una Toponauta ataviada únicamente con un traje de juguete a cruzar el Universo sin saber dónde estaba el otro lado. Además, la entrada, y por lo tanto la salida del túnel, se encontraban en medio del océano. Ahí fue donde intervino Tatiana Sebastían, une científique que había desarrollado una tecnología para que los humanos pudieran controlar los cuerpos de distintas especies animales. Y a Jie le aterrorizaba esta idea tan atroz. Había protestado en varias ocasiones, y todas sus quejas habían sido denegadas. Al hilo de estas protestas, descubrió que Tatiana, además, financiaba parte de la investigación, y eso solo hacía que la cabreara más todo aquel asunto. Odiaba a esa persona con todas sus fuerzas.

Makella consiguió convencerla, y Jie acabó cediendo. A regañadientes, por supuesto.
Los primeros tres meses, Jie Yazhu y el resto del equipo estudiaron la zona, crearon distintos modelos de la corriente y de la formación de la Ola Rossby, y cartografiaron la entrada exacta del AGI. Además del trabajo de campo y de laboratorio, Jie entrenó durante esa primera fase cinco horas diarias con una instructora personal.

Habiendo Jie concluido este periodo, cuál fue su sorpresa al encontrarse un día, durante su ejercicio, a le mismísime Tatiana.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó la joven, con gotas de sudor cayéndole por la frente.

— A partir de hoy entrenaremos en otro sitio —contestó, impávide, sabiendo que no le caía bien a la Toponauta—. Las tortugas ya están listas.

Jie Yazhu no estaba preparada para soportar aquello, no tan pronto. Repetía las palabras de Makella una y otra vez, intentando convencerse de que debía seguir mirando hacia delante, hacia su objetivo.

Hacia su futuro.

Siguió a Tatiana a lo largo del complejo. Las instalaciones del CIIT eran antiguas, las puertas se abrían y cerraban con tarjetas físicas personales, el mismo método de activación arcaico que utilizaban desde los ascensores hasta las máquinas de café. El edificio había sido aclimatado y re-acondicionado en las semanas previas a la llegada del equipo, y era visible cómo antes de eso, el lugar eran tan solo unas ruinas que habían quedado sepultadas casi en su totalidad por la vegetación, que a falta de humanos, había campado a sus anchas. Era un lugar desordenado, caluroso, salvaje. Tatiana abrió la puerta que conducía a unos laboratorios abovedados y amplios, que contaban con varios tanques de piscinas naturales de agua salada. Jie no había entrado todavía a esa parte del complejo, y se asombró al ver a más de cincuenta personas trabajando con gran eficiencia de un lado para otro. Cada pasaporte costaba una fortuna, Tatiana había puesto sin duda no solo su empeño sino también grandes cantidades de dinero para que el proyecto se llevara a cabo.
Los tanques estaban rodeados de una barandilla y, del techo, colgaban unos arneses. Frente a ellos había unas claraboyas que daban al mar. Jie se acercó a los cristales y comprobó que, tras ellos, había dos tortugas enormes nadando.

— Él es Aaron —señaló Tatiana, que se había acercado a su lado—, y ella, Ramona. A Ramona la llevarás tú.

— ¿Por qué tortugas? —quiso saber Jie, quisquillosa—. No pueden respirar eternamente bajo el agua.
Tatiana se volvió hacia ella, esbozando media sonrisa. Llevaba queriendo darle más detalles durante meses, la emoción que sentía era palpable en su rostro, y Jie le vio por primera vez como una persona cualquiera, y no como une magnate despiadade y ávide de fama.

— Estas sí. Son una evolución de las tortugas laúd. Si te acercas un poco más, podrás ver sus branquias, alrededor del cuello.
Desde luego, eran criaturas fascinantes. Ramona, la hembra, era enorme, debía medir por lo menos tres metros de largo, cola incluida. Aaron era más pequeño, nadaba más lejos y más rápido, y parecía más joven. Su piel y su caparazón, que era una extensión de su cuerpo, eran oscuros y recios. Intimidaban y al mismo tiempo eran adorables. Tatiana puso la mano en el hombro de Jie, que sintió un escalofrío y se giró repentinamente, apartándose hacia atrás. Tatiana se retiró, visiblemente afectade por el gesto de la joven Doctora.

— Ven, vamos a conectarte.

Entre varias personas la enfundaron en un traje fabricado con fibra de neopreno, que debía estar hecho a medida porque le quedaba como un guante, apenas sentía que lo llevaba puesto. Después, le colocaron un casco de hebras metálicas compuesto por cables cuyos extremos habían adherido a su cabeza.

— Esto te va a doler un poco, pero prometo que se pasa enseguida —avisó Tatiana, con calma, poniéndose frente a ella.

Le tendió las palmas de las manos boca arriba y la miró, suplicando una pizca de confianza. La Toponauta, sin saber realmente por qué, se dejó llevar. Puso sus manos sobre las de Tatiana y cerró los ojos. Alguien se situó a su espalda, sujetándole el cuello. Sintió un intenso pinchazo perforando su nuca y llegando casi hasta su cráneo. Fue breve pero doloroso. Apretó con fuerza las manos, y Tatiana hizo lo propio, sujetándola. Cuando se hubo estabilizado, se soltaron, y el resto del equipo la acompañó hasta el tanque. Desde la barandilla se extendió una pasarela que llegaba hasta donde colgaban los arneses. A Jie le pusieron unas gafas opacas, y todo a su alrededor se fundió a negro, y justo después, retiraron la barandilla. Quedó suspendida en el aire durante unos segundos, hasta que las correas que la sujetaban desde el techo abovedado descendieron y fue, poco a poco, sumergiéndose en el agua del tanque.

Estuvo esperando sumida en una absoluta oscuridad, flotando en el agua como si estuviera completamente sola, levitando en algún lugar del espacio abisal. Hasta que un latigazo le recorrió la columna vertebral y le sacudió el cuerpo con violencia. Sintió cómo caía en un sueño profundo, y lo siguiente que vio al abrir los ojos fue el intenso color turquesa del agua que la rodeaba por todas partes. Parpadeó repetidamente, y su primer acto reflejo fue hacer el ademán de mirarse las manos. Pero lo que vio no fueron sus extremidades, sino unas enormes aletas. Estaba controlando a Ramona, la maravillosa tortuga, y era tan real que sentía que ella misma se había transformado en tortuga, y que su cuerpo humano ya no le pertenecía. Se miró las aletas: negras, moteadas, fuertes. Se sintió muy torpe al principio, no sabía cómo moverlas, todo su cuerpo era una inmensa mole que no dejaba de zarandearse, intentando entender cómo funcionaba su cuerpo nuevo.

Hasta que el instinto la avisó de que algo se acercaba. Se giró como pudo y se asustó al ver cómo se aproximaba a ella una mancha negruzca. Consiguió distinguir que se trataba de Aaron, el macho. Jie-Ramona se quedó quieta, observando cómo la tortuga movía las aletas. Intentando interpretar qué le decía. Y de alguna forma, lo entendía. Aquella tortuga tenía algo especial. Era como si la conociese desde hacía tiempo, a pesar de que era la primera vez que la veía. Imitó sus movimientos, y su pesado cuerpo se fue volviendo más ágil. Aaron le indicó que lo siguiera, y así lo hizo.

Nadar no le resultó fácil al principio, no solo por la dificultad de controlar un cuerpo que no era suyo, sino porque todo lo que la rodeaba la tenía absolutamente ensimismada. La claridad y la nitidez con la que veía el fondo marino no podía superarse ni con las más caras y avanzadas gafas de buceo. Era un espectáculo mágico. Aaron hizo alguna pirueta para llamar su atención, la golpeaba con su cuerpo, le hacía señas para que no se entretuviera y lo siguiera. Parecía estar jugando con ella. A Jie-Ramona le divertía esa situación, era como volver a ser una niña, era dejarse llevar libremente sin pensar en nada más.

Volvieron a las claraboyas a través de las cuáles se veían los tanques. Las dos tortugas laúd se acercaron a los cristales, y Jie-Ramona se miró en su reflejo. Era un ser tan noble, tan grande, tan imponente. No era ella, y sin embargo, se reconocía. Se fijó entonces que, al otro lado, un cuerpo humano flotaba en la piscina del tanque, sujetado por unos arneses como una marioneta. Era ella, Jie.

Le causó mucha extrañeza verse a sí misma desde fuera. Giró su cabeza y reparó en el tanque contiguo, donde había otra figura que no tardó en reconocer.

Tatiana.

Se giró de un solo aletazo y miró a Aaron, la tortuga, que nadaba a su lado. Era Tatiana-Aaron. Había estado controlando al macho durante todo el rato. Jie-Ramona se revolvió en el agua y dio varios aletazos. Un torbellino de sentimientos opuestos la sacudía: adoraba a la tortuga que acababa de conocer, pero no podía soportar a la persona que había detrás.

Sufrió un fuerte espasmo y todo a su alrededor se volvió oscuridad de nuevo.

Tras aquel primer contacto, Jie estuvo tres días encerrada en su habitación del CIIT, poniendo en orden sus ideas. Había pasado por muchos momentos difíciles en su vida, y no quería poner en juego el que podría ser el descubrimiento más importante de la era de la Expansión Espacial por cuestiones morales. ¿O sí? ¿Qué había de malo en ello? La experiencia de ser Jie-Ramona fue lo más increíble que había experimentado jamás. Cruzar el Caribe siguiendo la corriente hasta sumergirse en el AGI que llevaba su maldito nombre era todo un sueño, una aventura, pero, ¿merecía la pena? Después de darle muchas vueltas, decidió arreglar aquella situación. Necesitaba salir de dudas.

Tatiana y Jie se encontraron en la playa.

— Quiero que seas sincere conmigo, Tatiana. Qué haces aquí. Cuáles son tus intereses. Quiero saber qué les va a pasar a Aaron y Ramona.

A Jie le sorprendió que Tatiana se mostrara tranquile, alejada de la figura imponente que solía ir de un sitio para otro dando órdenes, trabajando a todas horas. Se sentó en la arena, dispuesta a darle explicaciones a la joven doctora.

Tatiana le contó que el grueso del negocio de su empresa era la fabricación de tecnología para el estudio y control de nuevas especies en los planetas jóvenes o recién descubiertos. Dicha tecnología se producía siguiendo unas pautas y pasando una interminable lista de controles. Permitía estudiar el hábitat de los nuevos territorios para poder construir en ellos sin destruirlos y sin dañar su ecosistema. Lo que nadie sabía era que Tatiana además era une activista y había conseguido cerrar varios negocios que violaban los valores éticos de la industria. Había ayudado además a preservar especies terrestres en peligro de extinción, como las mismas tortugas laúd que las llevarían a la Nueva Tierra. Para elle, encontrar un hábitat en el que las especies que habían sufrido la devastación humana y habían sobrevivido en la Tierra pudieran seguir desarrollándose, era un sueño. Jie escuchaba todas sus palabras con atención. Formuló decenas de preguntas, y Tatiana las contestó todas.

— Tengo que confesarte algo —continuó Tatiana—. Decidí financiar esta investigación para asegurarme de que vuestro equipo no tenía malas intenciones. Estaba dispuesta a tirarla abajo si hubiera sido necesario. Entonces te conocí. Intentaste boicotear la misión porque odiabas la idea de que las tortugas sufrieran. He observado tu empeño, tu dedicación, tus valores. Si hay una persona idónea para viajar a la Nueva Tierra, esa eres tú, Jie Yazhu.

Se miraron le une a la otra. Por primera vez, Jie no sentía odio, sino esperanza. No era idiota, y no quería ilusionarse, y era plenamente consciente de que podía estar engañándola. A pesar de todo, finalmente decidió confiar en Tatiana y tener fe en la misión.

— ¿No tienes miedo? —preguntó Tatiana—. Sabes que es posible que cuando crucemos el túnel, no podamos volver a nuestro cuerpo.
Jie negó con la cabeza.

— Somos Toponautas —contestó—. Y convertirse en Toponauta no es cosa de dos días. Así que vámonos, tenemos que entrenar.

Unos meses después, Tatiana y Jie se encontraban suspendidas en los arneses, como si fuera un día más. Pero aquella vez ya no era parte del entrenamiento: por fin comenzaba el viaje hacia el AGI Rossby-Yazhu. Todo el equipo del CIIT se encontraba en el laboratorio abovedado, estaban nerviosos, expectantes por ver el resultado de años de trabajo.

Un barco seguiría a las tortugas desde la superficie, pero estas cruzarían el AGI completamente solas. Llevaban unas cámaras diminutas en el caparazón y un dispositivo de comunicación ansible que permitiría enviar la ubicación de la Nueva Tierra una vez llegaran allí. Al menos, eso era lo que intentarían. El recorrido hasta el AGI sería un viaje de un poco más de dos meses, ya que no podían trasladar todo el equipo del CIIT hasta la boca del túnel. Sus cuerpos humanos permanecerían en el CIIT, desde donde controlarían a las tortugas mientras surfeaban toda la corriente subacuática.
Jie y Tatiana se miraron como humanas una última vez antes de que sus cuerpos fueran inducidos al sueño. Despertaron en el agua, y se volvieron a mirar, ahora como las enormes y decididas tortugas marinas que eran. Las primeras tortugas que atravesarían un Agujero de Gusano Interplanetario.

Salieron a mar abierto.

Nadaron veloces hasta que llegaron a la corriente, y allí pudieron dejarse arrastrar por esta y reducir la energía empleada para desplazarse. Jie jamás había experimentado una sensación similar. Había viajado a más de veinte planetas, cruzado un AGI sin mayor equipamiento que su traje de Toponauta, y aun así, la pureza de esas aguas, la vida que la rodeaba, no se podía comparar con ninguna otra cosa. Se sentía más viva que nunca, sin ni siquiera estar en su propio cuerpo. Aunque cada vez lo iba sintiendo más parte de ella, y sabía que a Tatiana-Aaron le pasaba lo mismo.

Había más tortugas que surfeaban la corriente de Rossby, junto con otras muchas especies. Les Toponautas habían sido alimentades antes del viaje, y en el caso de que lo necesitaran, el barco que les escoltaba podía acudir en su ayuda. No hizo falta en todo el trayecto. De vez en cuando, salían de la ruta para degustar el lujoso manjar que les suponían los bancos de medusas. También nadaban hasta la superficie en algunas ocasiones, a veces para saludar a la tripulación del barco o acompañando a otras tortugas que, al contrario que elles, no tenían branquias y necesitaban recuperar oxígeno.

En el transcurso del viaje, Jie-Ramona fue percatándose de algo que había estado intentando comprender, sin saber cómo. Una parte de ella, y tal vez una parte de la tortuga en la que se había convertido, se había enamorado de Tatiana-Aaron. Era un pensamiento que al principio sonaba irreal, imposible, y poco a poco fue cobrando más entidad, hasta convertirse en un hecho tangible. No podía negar algo tan evidente, tan palpable. Era más que afecto, era una atracción inexplicable. Habían pasado muchas cosas juntes en muy poco tiempo, y sin necesidad de verbalizarlo, puesto que las tortugas no hablaban como los humanos, supo que era recíproco.

Hasta que un día, mientras surfeaban el corazón de la Rossby, se dejaron llevar por la ola. Sin saber cómo funcionaba aquello, hicieron caso del instinto de su parte animal. Tatiana-Aaron se subió sobre el caparazón de Jie-Ramona, y ella no opuso resistencia. Pensó en que su equipo del CIIT estaría viéndolas en ese instante tan sumamente íntimo. Y le dio igual. Allí en el océano no existía el CIIT, ni los AGI, ni ningún otro planeta, solo las aguas del Caribe que en ese momento abrazaban y agitaban intensamente a las dos tortugas.

Los días pasaron y el viaje llegó a su fin: se encontraron frente a la entrada del AGI. Esperaron a la señal del barco. Cuando esta llegó, supieron que a partir de ese instante, podrían no volver a verse nunca más. Habían estudiado la rocambolesca y sinuosa entrada al AGI durante sus entrenamientos, utilizando los mapas topográficos y los modelos tridimensionales generados durante los primeros meses de estudio. Llegar hasta la boca no fue sencillo, la corriente allí era muy fuerte. Alrededor no había peces ni ningún tipo de vida, nada ni nadie se acercaba a la inmensa cueva. Con gran esfuerzo, lograron alcanzar la entrada.

Se despidieron y entraron en el túnel con decisión, convirtiéndose en les primeres Toponautas en cruzar un AGI subacuático.

Sin saber si podrían volver.

Jie-Ramona admiró la sobrecogedora belleza del túnel que las engullía. Los AGI eran sorprendentes. La sensación del AGI Rossby-Yazhu no distaba tanto de la misma corriente de Rossby, pues ambas eran corrientes llenas de vida, y al mismo tiempo, eran un espectáculo único. Un túnel brillante, un torbellino que atraía y estiraba todo lo que había en su interior, distorsionando el tiempo y el espacio, rompiendo lo conocido en mil pedazos y reconstruyéndolo a su antojo. Jie-Ramona se sintió perdida, mareada, movía las aletas como si todavía siguiera nadando, se revolvía entre el sinsentido que la envolvía, hasta que exhausta, cerró los ojos y se sintió desfallecer.

Despertó en una playa. Unas olas suaves la habían ido remolcando hacia la orilla, hasta que su pesado cuerpo encalló en la arena. Miró a su alrededor, y todo le resultaba familiar y desconocido al mismo tiempo. Un paraíso salvaje se abría ante ella. Estaba atardeciendo. Era el mismo cielo que llevaba viendo los últimos meses en el Caribe, pero aquel era el Caribe de la Nueva Tierra.
Había otras tortugas caminando en la arena. Ella las siguió, arrastrándose con sus negras aletas, impulsada por una necesidad instintiva que la llevó hasta una zona arenosa, en la que se dejó caer cuan larga era. En estado de trance y guiada por la intuición, formó una cavidad, y tras un largo esfuerzo que duró varios minutos, fue expulsando de su cuerpo un centenar de huevos, uno tras otro. La noche había caído, y Jie-Ramona, aun cansada, sacó fuerzas para tapar el agujero en el que ahora descansaban sus crías.

Lo más duro fue volver al mar, pero de alguna manera sabía que era lo que tenía que hacer.
Se sumergió de nuevo en las cálidas aguas, iluminadas por lo que comprobó eran dos pequeños satélites que brillaban en el cielo nocturno, surcado de estrellas. Los satélites parecían ser ambos del mismo tamaño, aunque bien podían no serlo, y eran la mitad de grandes que la Luna terrestre. Jie-Yazhu pensó que la gravedad de estos debía influir del mismo modo en la Nueva Tierra que lo que la Luna lo hacía en la antigua. Pero ya habría tiempo de preocuparse de esos cálculos cuando regresara.

Nadó hasta un lecho tranquilo, donde se encontró a Tatiana-Aaron, que había acudido en su busca. Sintió un gran alivio cuando verificó que seguía siendo elle. Una fuerte alegría invadió a ambes.

Lo habían logrado.

Y su descendencia crecería en la Nueva Tierra. Tenían que regresar al CIIT y contarles que lo habían conseguido, lo que habían visto al otro lado. Les Toponautas descansaron en la superficie, mecidas por las olas, observando las lunas hasta que se hizo de día. Nadaron juntes hacia la salida del AGI y emprendieron el camino de vuelta, con la esperanza de volver algún día a las aguas en las que estarían creciendo sus hijes.